ERIKA

 

Frío y barro, agua y músculos entumecidos, quizás lleve así horas. De vez en cuando un techo me cobija de la lluvia o un alma caritativa me proporciona un bocado caliente que llevarme al dolorido estómago, el cual dejó de gritar hace tiempo, debido a mi apatía generalizada. Escasas noches logro conciliar pactos con Morfeo, salvo por instantes exiguos en los que creo volver a gozar de las comodidades mundanas que una vez me rodearon. Hoy aquí, mañana ¿allí tal vez?, quién sabe donde estaré. Pero no pasa un día sin recordar la luz de tus ojos Erika.

 

 Mis ropas de color indefinible casi están hechas girones, remiendos y recosidos las surcan como las innumerables cicatrices que se reparten a lo largo de mi cuerpo, reflejo, sin duda alguna, de los numerosos encuentros en los que me he visto envuelto. Mi pelo enmarañado estará cubierto por un gorro, ahora ya raido y desgastado, en otro tiempo hermoso y distinguido, y en mi rostro el bello se hizo dueño de él hace tiempo. Pero mi sonrisa aún se esboza cuando recuerdo la luz de tus ojos Erika.

 

 Un compañero me avisa con un golpe sobre mi hombro. Giro la cabeza mirando con asentimiento su rostro. Me levanto pesadamente del cajón, cajón de madera, que hace algún tiempo sirve a mi persona como punto de meditación, como sillón confortable, donde en pretéritos recuerdos me ensueño. Recojo mis escasas pertenecias. Estiro a duras penas mis ropas. Ajusto mi cinturón. Repito otra vez el axioma que tatuado en mi corazón me hace reconfortar: “Mi Honor se llama Fidelidad”. Me encamino sin vacilar al lugar donde se encuentran mis compañeros. Y comento, sabedor de que si, el recuerdo de la luz de tus ojos Erika.

 

 Conversamos e intercambiamos nuestras escasas provisiones. Un cigarrillo por aquí, un poco de pan duro por allá, quizás un terrón de azúcar, quizás un trago de aguardiente. Y entre frases y diálogos, recordamos las muertes de compañeros, las separaciones de las familias, la pérdida de los seres queridos, y en ese preciso instante sabemos por qué se llora, por qué se lucha, por qué se mata, pero siempre nos queda la satisfacción  de recordar la luz de tus ojos Erika.

 

 La estruendosa detonación nos devuelve a la realidad de manera traumática. Las voces de mando gritan en el caos de sonidos. Saltamos, corremos, disparamos, matamos y morimos. De vez en cuando un receso, un triste y escaso parón en el que oímos sollozar, gritar y gemir, volviendo al rato al frenesí de los instantes cruciales en los que la vida vale todo lo que nadie se puede imaginar nunca. Al final lo de siempre, nos reagrupamos, notamos las faltas, a veces de quién apreciamos, otras ni siquiera sabemos si habían estado con nosotros, pero siempre volvemos a cantar tu maravillosa canción, y volvemos a sonreir, a la vez que tarareamos:

“...Destruiremos el Mundo Antiguo, a la luz de tus ojos Erika”.

Comentarios

Entradas populares de este blog

SOBRE LOS INDULTOS UN POCO DE LITERATURA

El Engaño del I.V.A.

NS