Arnaud Imatz: “Nuestros nuevos tiranos usan e instrumentalizan el derecho”

Nacido en Bayona (Francia), en 1948, en el seno de una familia de origen vasco-navarro, Arnaud Imatz es doctor en Ciencias Políticas y diplomado en Derecho y Economía. Ha sido funcionario internacional en la OCDE y empresario, pero, sobre todo, es uno de los principales hispanistas europeos, autor de numerosas obras, entre las que destacan algunas como Vascos y Navarros (Ediciones La Tribuna, 2020), José Antonio: entre odio y amor. Su historia como fue (Áltera, Madrid, 2006, 2007) o Los partidos contra las personas. Izquierda y derecha: dos etiquetas (Áltera, Barcelona, 2005). Imatz es también uno de los principales expertos en el estudio de la evolución del pensamiento “globalista” occidental. En esta entrevista habla sobre su último libro, Resistir a lo políticamente correcto en la historia. ¿Qué le llevó a escribir su libro Resistir a lo políticamente correcto en la historia publicado recientemente por la Editorial Actas? Esencialmente, un deseo de transmitir una serie de ideas. Debido sin duda a mi edad estoy cada día más preocupado por la transmisión de nuestro patrimonio cultural e histórico a las nuevas generaciones. Para mí, lo más importante son los jóvenes. ¿Por qué eligió un título tan contundente? ¿Cree que refleja la polarización actual en el debate histórico? Como muchos observadores, historiadores y politólogos, tanto de Europa como de Occidente, creo que ya es hora de que despertemos y dejemos de engañarnos a nosotros mismos. Se necesita un verdadero “electroshock” y si con el título Resistir a lo políticamente correcto en la historia y el subtítulo Hitos para un conocimiento no contaminado por la ideología globalista logro despertar el interés de unos cuantos potenciales lectores ¡Laus Deo! Todos sabemos, más o menos, lo que significa la expresión “políticamente correcto”. Teóricamente se refiere a una forma de lenguaje o discurso normativo que pretende no herir a nadie, en particular a los grupos minoritarios percibidos como víctimas, excluidos o discriminados. Venida de Estados Unidos a principios de los años 1990, dicha expresión no ha parado de expandirse en toda Europa. Ocurrió tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la URSS y con ello el descrédito del socialismo marxista. Y también se agravó cuando en la década 2010 la izquierda socialista europea decidió abandonar la defensa prioritaria de las clases populares -obreros y empleados-, para recurrir a un nuevo tipo de electorado supuestamente mayoritario (burguesía urbana globalista, jóvenes diplomados, feministas radicales, minorías de barrios de inmigrantes, descolonialistas, proimmigracionistas, islamoizquierdistas, etc.). El resultado ha sido catastrófico. Por supuesto lo políticamente correcto tiene defensores “vergonzosos” o “camuflados” que suelen relativizar el concepto. Dicen que no se trata de algo absoluto sino de una simple relación social cambiante; en el fondo, no pasaría de ser una especie de moda. Lo políticamente correcto (la realidad y no el vocablo) habría siempre existido. Solo sería un consenso sobre lo que es aceptable y lo que no en la sociedad. Pero naturalmente ellos niegan o se cuidan de no decir que el uso de la palabra conlleva una burda, constante y extrema distorsión de la realidad y peor aún, una terrible restricción de la libertad de expresión. [Img #26912] Como bien dijo el novelista Michel Houellebecq: “Hay que ser al menos tan cauteloso en una entrevista como en una investigación policial”. (18.09.2024, JD News). Los censores, neoinquisidores vigilan, controlan… Muy significativamente, estos guardianes o defensores de su “democracia elitista” (la cual no pasa de ser un oxímoron) afirman constantemente, con evidente mala fe, su determinación de combatir la desinformación y defender el Estado de Derecho. Para eso amenazan, sancionan, multan e imponen penas de prisión a sus opositores. Instrumentalizan a diario el cacareado delito de odio o la acusación de complotismo. En fin, si los tiranos torpes usan bayonetas, nuestros nuevos tiranos usan e instrumentalizan el derecho. Ese nocivo ambiente se repercuta por supuesto en la enseñanza y en la investigación, especialmente en los campos de la historia de las ideas y de los hechos, ámbitos que me son más familiares. El método científico, la tradición de rigor y probidad invocados y repetidos como mantras, están continuamente burlados. Cuando se acepta el debate partiendo de la posición de que “sólo nosotros podemos presentar argumentos racionales o pertinentes, sólo nuestras palabras son legítimas, solo nosotros poseemos la verdad porque lo que decimos es lo correcto históricamente” entonces, por definición, ya no hay debate. No se puede pretender monopolizar el debate y hacer un uso terrorista de argumentos “científicos” y “seudocientíficos” sin caer fuera del ámbito de la investigación seria y, en última instancia, de la democracia. En definitiva, mi libro es una llamada a la resistencia contra todo lo históricamente correcto en la historia y, ante todo, una exhortación a defender la libertad de expresión. Deconstruye metódicamente un buen número de prejuicios, falacias y leyendas propagados incansablemente por los relatos ideológicos de moda. Es una defensa firme y decidida de la historia de los pueblos de Europa y Occidente, frente a los “memoricidios” cometidos por legiones de activistas, periodistas y académicos, woke, islamoizquierdistas, LGBT, racialistas, ecologistas-punitivistas y otros progresistas extremistas con el beneplácito o la connivencia de gran parte de las élites políticas, económicas y mediáticas europeas. En el libro menciona la "policía del pensamiento único". ¿Podría explicar cómo se manifiesta actualmente en el ámbito académico e historiográfico? A lo largo de las últimas décadas, muchos autores y personalidades “no conformistas” han sido declarados injustamente racistas, xenófobos, violentos, conspiracionistas, machistas, sexistas, extremistas, fascistas o nazis, y en consecuencia, han sido expulsados del campo de la respetabilidad política y mediática, simplemente por haber rechazado la fatalidad de la dependencia de los mercados financieros, defendido el poder adquisitivo del pueblo y, al mismo tiempo, reivindicado la identidad de los pueblos frente a la utopía globalista de un mundo “diverso”, multicultural, sin raza, sexo, nación, identidad o cultura. La policía del pensamiento del sistema bloquea eficazmente cualquier actitud que considera perjudicial o desafortunada. Podría citar muchísimos ejemplos de prestigiosos autores, periodistas y académicos víctimas de la censura y del odio “progresista”. Me limitare aquí a recordar los nombres de Michel Onfray (proudhoniano, antimarxista y soberanista), Sylviane Agacinski (filósofa feminista, mujer del ex primer ministro socialista Lionel Jospin, opuesta al “alquiler de vientres”), Florence Bergeau-Blaker (la antropóloga especialista en los Hermanos Musulmanes), Mathieu Bock Côté (critico agudo de la teoría del racismo sistémico) … o, en España, los nombres de Pío Moa (bestia negra de la “progresía”), Gustavo Bueno o Pedro Carlos González Cuevas. Conservo en mi archivo personal la copia de una carta del presidente de la Universidad Paris-Sorbona (B. Jobert) rechazando con hipocresía y mero formalismo (para mayor vergüenza, en nombre de la “pluralidad”, de la “libertad” y del “orden público”) la petición de una asociación estudiantil gaullista de una sala para un debate sobre mi libro Droite-Gauche sortir de l’équivoque (13 décembre 2016)… Y sin embargo, unos días antes se había concedido un auditorio a un escritor abiertamente islamista… ¿Cómo describe la relación entre la ideología globalista y esta interpretación de la historia? Al parecer, un día Napoléon dijo: “Un buen resumen vale más que mil palabras”. Parafraseándolo diré que “una buena imagen vale más que un largo discurso”. Les remito por lo tanto a la ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos de Paris 2024, con la triste burla de la última cena de Jesucristo. Sepan que el director artístico Thomas Jolly y el principal coautor de la ceremonia, el historiador Patrick Boucheron, son dos globalistas partidarios de Macron. Patrick Boucheron se hizo conocer denunciando y estigmatizando a Sylvain Gougenheim, “el Serafin Fanjul francés”, por ser el autor del libro Aristoteles y el islam. Las raíces griegas de la Europa cristiana. Director de una obra de ideología marcadamente globalista “Historia mundial de Francia” celebrada por la propaganda “macroniana”, Boucheron ha sido nombrado “por sus méritos” profesor en el Collège de France … Usted menciona una creciente resistencia en Europa y América. ¿Qué formas concretas está tomando esta resistencia? ¿Qué papel juegan los historiadores en ella? No hay acción sin reflexión. El papel del historiador es secundario, pero esencial. Numerosísimos libros, artículos, programas de televisión y comentarios en las redes sociales, especialmente desde hace diez años, dan testimonio de esa nueva resistencia ya imparable. En mi libro espero haber dado una buena visión general de ellos. El mundo “postwestfaliano” del fin de la Historia y la presunta “globalización feliz” ha muerto. La historia de las naciones soberanas e independientes vuelve con fuerza. Vuelve, reavivada por el enfrentamiento chino-estadounidense y la creciente desafección de la comunidad internacional hacia Occidente. Por supuesto, no ignoro ni puedo ignorar la reelección de Donald Trump, que representa una rotunda victoria del pueblo de Estados Unidos frente a las fuerzas antidemocráticas del Estado profundo aliado del "wokismo", a su vez apoyado por los neoconservadores belicistas del Partido Demócrata y otros pseudoprogresistas. Sé que Trump defiende los intereses de Estados Unidos y de los norteamericanos, y que éstos no son los de las naciones europeas ni los de los pueblos europeos, pero también sé que “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”. Dios quiera que Trump actúe como revulsivo y ayude a las naciones y pueblos europeos a emanciparse de la sumisión a los dictados de la UE. Esperemos que recuperen por fin sus soberanías nacionales y sus auténticas democracias. Francia y España: ¿Por qué decidió centrar su análisis en estos dos países? ¿Qué similitudes y diferencias encuentra en sus contextos históricos y la manera en que enfrentan la corrección política? Habiendo nacido y vivido toda mi juventud, como mis antepasados, en el País Vasco a orillas del Bidasoa sobra decir que los dos países que mejor conozco y que más quiero son Francia y España. Son países y naciones que tuvieron su época de gloria y que hoy, en el siglo XXI, se ven lamentablemente reducidos al papel de figurantes sumisos en la escena internacional. Tienen en común la misma mediocridad de la mayoría de sus élites políticas, económicas y culturales y la misma propensión a absorber lo peor de Estados Unidos con diez años de retraso. Y esto para no hablar del activismo y de la ideologización de los jueces y magistrados y aun menos de la mediocridad moral insondable que afecta a sus oligarquías: consumo expandido de cocaína, pedofilia endémica, silencio sobre los abusos en la educación sexual de niños prepúberes, conversión del aborto en supremo tabú… (que yo sepa, no les afectó en absoluto que el aborto hasta los nueve meses haya sido autorizado en Minnesota, bastión del gobernador y fallido candidato demócrata a la vicepresidencia Tim Walz). Y, ¿qué decir de los pueblos europeos? Para ser caritativo, solo subrayemos que estos no tienen nada que ver, ni de lejos, con los hombres que se sacrificaron luchando contra las tropas de Napoleón o los que dieron sus vidas en las trincheras de Verdún… Mejor no insistir. No creo exagerar mucho si añado que desgraciadamente la situación es similar en el resto de Europa Occidental. Quieren que Ucrania luche contra los “odiados” rusos, pero únicamente … hasta el último ucraniano. ¿Qué narrativas históricas cree que han sido más distorsionadas por la corrección política? ¡Muchas! ¡Muchísimas! En este libro examino más de treinta temas seleccionados entre los más significativos y controvertidos de los siglos XX y XXI: Revolución Francesa, Revolución Rusa, Guerra Civil de España, derechos humanos, laicismo, liberalismo, nacionalismo, fascismo, gaullismo, protestas de 1968, populismo, oligarquismo, realismo político, modelo demo-liberal, crítica a la división derecha-izquierda, tradicionalismo católico, democristianismo, nacional-sindicalismo, franquismo, separatismo, al-Andalus, la Leyenda Negra, etc. También aprovecho la ocasión para recordar unas cuantas biografías de figuras intelectuales y políticas destacadas, como José Antonio Primo de Rivera, Melchor Rodríguez, Federico García Lorca, Dionisio Ridruejo, Clara Campoamor o Mercedes Formica. ¿Qué opina sobre el papel de las universidades en la promoción o censura de ciertas ideas históricas? Es sencillamente patético. Va en contra de siglos de tradición occidental. Hannah Arendt decía, con valentía moral y lucidez, que las personas más fácilmente subyugadas, aterrorizadas y sometidas son los profesores, escritores, periodistas y artistas. Así que entre ellos no sólo existe la censura impuesta por la minoría activista, sino también la autocensura ejercida sobre uno mismo por la mayoría. ¿Cómo influyen los medios de comunicación en la construcción de una narrativa histórica dominante? Bueno, los grandes medios de comunicación siempre han pretendido ser neutrales y nunca militantes. Pero, en realidad, seleccionan las informaciones, las destacan en mayor o menor medida, optan por difundir un mensaje más o menos orientado o tendencioso, y al final sirven a una determinada comunicación política o defienden unas ideologías. Afortunadamente, hoy en día los medios de comunicación mainstream, convencionales o dominantes, están siendo desafiados por sitios web o diarios en Internet y por las redes sociales, cada vez más favorecidos por los jóvenes para informarse. Los defensores del statu quo y del sistema no cesan de denunciar los excesos de las redes sociales, la fragmentación de la opinión pública, el resurgimiento de las teorías de la conspiración, la manipulación y la difusión de información falsa (fake news), y claman por la regulación (por no decir censura) de los servicios digitales, pero la suerte está echada y la libertad sólo puede reprimirse durante cierto tiempo. ¿Podría citar algunos ejemplos de historiadores y politólogos actuales o del pasado que han resistido lo políticamente correcto y han marcado una diferencia en la disciplina? Hace unas pocas semanas publicaron en París una versión francesa del apasionante libro del argentino Marcelo Gullo Nada por lo que pedir perdón. En la “Introducción para el público francés” aproveche la circunstancia para dar una lista no exhaustiva de los autores importantes que han tratado el tema polémico de la “Leyenda negra”, es decir, por una parte, americanos, hispanoamericanos y europeos como Rómulo D. Carbia, Sverker Arnoldsson, Charles F. Lummis, Philip Wayne Powell, Charles Gibson, James Brown Scott, Lewis Hanke, William S. Maltby, William Thomas Walsh, Stanley Payne, Henri Pirenne, John Elliott, Hugh Thomas o Robert Goodwin y, por otra parte, españoles, como Elvira Roca Barea, Alberto G. Ibañez, Luis Suarez, Serafín Fanjul, Rafael Sánchez Saus, Iván Vélez, José Antonio Vaca de Osma, Pedro Insua, Pedro Fernández Barbadillo, Javier Esparza, Pío Moa, Javier Rubio Donzé, Adelaida Sagarra Gamazo, etc. Imagínase si intentara hacer lo mismo con todos los temas que he tratado, esto se volvería pesado e interminable. Lo que sí puedo y quiero hacer es rendir homenaje a cuatro maestros contemporáneos no solo por la importancia de sus obras sino por la valentía intelectual que demostraron a lo largo de sus vidas. Son el historiador e hispanista Pierre Chaunu (que ya denunciaba el colapso demográfico de Europa en 1976 levantando la ira de sus adversarios), y tres grandes politólogos realistas: los franceses Julien Freund y Jules Monnerot y el español Dalmacio Negro, quien me hizo el honor de prologar ese libro.

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